Europa dista mucho de ser la balsa de tranquilidad y paz que tanto añoramos. Las heridas de los Balcanes apenas han cicatrizado, el Cáucaso estalló el verano pasado y la temperatura de los conflictos latentes apenas ha bajado del punto de ebullición. En no pocas partes del mundo, lo que ocurre en el corazón de Europa se analiza desde prismas profundamente interesados o, en el mejor de los casos, teñidos de la más absoluta ignorancia de los hechos.
Muchos gobiernos creen que el reconocimiento de Kosovo era una obligación ético-política para contrarrestar los ataques de la República de Serbia, que ha sido demonizada como si siguiese gobernada por criminales de guerra. Lo cierto es que la actuación de Occidente en los Balcanes ha sido tardía y, en un principio, no muy eficaz; pero no es menos cierto que ha acabado siendo una clara muestra de compromiso con los más débiles: las minorías y los perseguidos. Muchos países que enviaron tropas a los Balcanes han sufrido bajas y han hecho grandes sacrificios que deben ser reconocidos. España no es una excepción, y hay que mostrar nuestro reconocimiento, desde el legítimo orgullo, a la ejemplar actuación de nuestras Fuerzas Armadas en la región.
La independencia de Kosovo es unilateral, ilegal y supone un grave desafío para la estabilidad de los Balcanes y, en consecuencia, para toda Europa. El que tantos países la hayan reconocido no mitiga ninguna de estas potenciales consecuencias, sólo las disfraza y, en el mejor de los casos, las aplaza por un corto periodo de tiempo, pero su estallido a medio o largo plazo puede ser verdaderamente grave.
Kosovo, como Voivodina, es una provincia serbia, que nunca fue una República de la Federación Yugoslava, ni ha sido nunca antes independiente. Kosovo es, de hecho, el corazón mismo de la historia de Serbia, y nadie puede decir que Europa y Estados Unidos no se comprometieran, como antes lo hicieron en Bosnia, con la población musulmana que estaba siendo masacrada y sufriendo constantes procesos de limpieza étnica. Cuando ocurrió lo contrario, es decir, los ataques y expulsión de los serbios de Kosovo, me temo que fuimos mucho menos eficaces.
Uno de los artífices esenciales de la independencia de Kosovo es la UÇK (Ejército de Liberación de Kosovo), sobre la que existen más que sospechas de que tenía y quizá siga teniendo fuertes conexiones con el crimen organizado y hasta con el yihadismo más violento. La independencia sólo ha favorecido una conducta ilegal, y hasta criminal, de quienes se movían entre el matonismo y el delito.
Cabe pedir coherencia a las grandes potencias del mundo; el pragmatismo está bien, pero los principios y la legalidad son fundamentales siempre, muy particularmente en un caso como éste. Por otra parte, no se puede jugar con el abrasador e intenso fuego de la falta de respeto a las fronteras; ése sí que es un funesto precedente que puede ser esgrimido por los nacionalismos separatistas más activos. Conviene en este punto subrayar que en España la oposición de las principales fuerzas políticas a la independencia de Kosovo no tenía nada que ver con la política interior, como tantas veces han afirmado desde el desconocimiento más flagrante algunos analistas internacionales.
El Gobierno, con el firme apoyo de la oposición, ha rechazado la independencia unilateral e ilegal de Kosovo, pero con la exigencia inequívoca de mantener una postura coherente y sin fisuras; es decir, que ante el evidente cambio de naturaleza del mandato de las tropas KFOR de la OTAN en Kosovo, España no podía seguir prestándose a apoyar con sus tropas y expertos una independencia que además de no reconocer, condenaba por ilegal.
Por lo tanto, la decisión del Gobierno anuncida ayer por la ministra de Defensa de retirar nuestras tropas de Kosovo, aunque tardía, es la correcta. Supone la culminación de un proceso de reflexión en el que se debía llegar a la conclusión de que nuestros efectivos ya no estaban defendiendo a los albanokosovares ante las agresiones de la Serbia de Milosevic, ni se estaba defendiendo a la minoría serbia frente al extremismo kosovar. No, con nuestra presencia se estaba, de hecho, legitimando la independencia que no se reconocía.
Esta circunstancia, que en el mejor de los casos podía ser calificada de extraña e incoherente, suponía un obstáculo insalvable para la argumentación y sostén de nuestra política exterior. No es, en consecuencia, lógico, que el Gobierno haya tardado tanto tiempo en reaccionar, y lo es menos aún que criticase de forma ácida y agresiva a la oposición cuando le exigíamos que retirase de allí a las tropas y funcionarios, aunque sólo fuese por una cuestión de principios, de coherencia y, por qué no, también de imagen.
Hay quienes dicen que todo esto está relacionado con el previsible aumento de efectivos internacionales destacados en Afganistán y que la modificación al alza del número límite de tropas españolas en el extranjero era el paso previo imprescindible para poder hacer frente al aumento de nuestro contingente en ese país. Aunque así fuese, hay que aplaudir las dos decisiones: el límite de 3.000 efectivos era un disparate desde el punto de vista operativo, de seguridad e incluso de política exterior y de imagen internacional.Todos sabemos que para que una misión de imposición y mantenimiento de la paz sea eficaz, se requiere de un número mínimo de efectivos que puedan garantizar la seguridad y la eficacia de las patrullas y de los campamentos donde están acuartelados nuestras Fuerzas Armadas.
Nadie puede saber a ciencia cierta si los atentados que han sufrido nuestras tropas en el Líbano o en Afganistán hubiesen sido evitables con más efectivos; lo que sí es seguro es que los medios con los que se está empezando a dotar a nuestras tropas allí supondrán un salto cualitativo espectacular, si bien queda todavía mucho que hacer.
Conviene concluir que la retirada de nuestras tropas de Kosovo es una medida muy acertada, poco importa por qué haya sido tomada.Lo esencial es que España no contribuya a estabilizar y consolidar una independencia ilegal, que no reconoce. Hace pocas semanas, el Parlamento Europeo recomendaba reconocer la independencia de Kosovo a los estados miembros que aún no lo habían hecho; sólo cabe decir que, respetando sus resoluciones, la Eurocámara debe respetar la soberanía de España y su legítima decisión de reconocer el disparate kosovar. Por otra parte, el comunicado de la OTAN lamentando que no se consensuara la medida, desconoce que Gobierno y oposición se oponían a la ilegal independencia kosovar, y que sólo era cuestión de tiempo que los sólidos argumentos que se han presentado durante meses acabaran por hacer mella en el Gobierno. No hacía falta ser adivino para entender que sólo era cuestión de tiempo que España se retirase de Kosovo, y conviene recordar que la retirada se hará de manera escalonada, desde ahora hasta agosto.
No quisiera polemizar, pero es evidente que algunos países han pecado de precipitación y una preocupante incoherencia. Muchos de los que han aplaudido y apoyado la independencia kosovar con argumentos insostenibles se opusieron con argumentos sólidos a los casos legalmente equiparables de Osetia de Sur y Abjasia.Los tres procesos son flagrantemente ilegales y los argumentos son exactamente equiparables. Hemos visto cómo algunos países que se opusieron, con toda la razón, a la independencia de Kosovo, se precipitaron en reconocer la ilegal, unilateral y gravemente irresponsable independencia de Abjasia y de Osetia del Sur.
Estos tres casos paralelos demuestran de forma alarmante que en demasiadas ocasiones los responsables políticos de algunos países no ven más allá de sus limitados horizontes electorales, personales o de intereses a corto plazo, lo que no deja de ser un drama, sobre todo para esos países, si bien con graves consecuencias para Europa y el resto del mundo.
La medida del Gobierno es acertada, era imprescindible y debe aplaudirse, aunque llegue con un retraso excesivo. No puede uno por menos que preguntarse por qué rectifican algunos de sus más graves errores después de haber perseverado en ellos hasta hace apenas unos días. En esas cuestiones tan serias no se puede ser tan irresponsablemente táctico, se echa de menos una mayor visión estratégica. La oposición puede decir con legítima satisfacción: lo hemos dicho docenas de veces y es evidente que teníamos razón.
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