Los lectores recordarán aquel chiste en el que un grupo de amigos visitaban un zoo. Uno de ellos les cuenta que ha comprobado que es posible dar ordenes telepáticas a cualquier animal. "Una mente superior siempre domina a una inferior". En efecto, se sitúa ante un león y le obliga, mediante su solo pensamiento, a sentarse dócil delante de ellos. "Nunca falla, una mente superior siempre domina a otra inferior", se ufana una vez más. Uno de los amigos -el más escéptico- decide probar el método. Se adentra en el acuárium, y al cabo de unos minutos sus amigos se lo encuentran mirando fijamente a un pececillo. En la escena, quien abría y cerraba la boca como si tuviera branquias era el señor. El pez era el dominante. No falló el método: una mente superior dominaba a otra inferior.
A José Blanco no le gusta que le llamen Pepiño. Dijo en la campaña electoral gallega que así se refería a él la derecha, para despreciar sus orígenes. Si él no quiere, mejor será no hacerlo. Es su derecho, aunque la disquisición dada sea absurda. Lo que espero sí nos permita Blanco es intentar calibrar su gran relevancia política de los últimos años, y el sorprendente contraste que ofrece con sus escasas capacidades dialécticas y expresivas. Ya no es que haya podido terminar o no carrera universitaria. El fenómeno es mucho más intrigante.
Blanco es a quien Zapatero le debe ser Presidente del Gobierno, sin duda. Y su aportación básica ha sido tener el suficiente descaro como para no sonrojarse cada vez que decía una sandez, un eslogan para lerdos o una bravata. Los mensajes que emite se refieren no a lo propio, sino a lo ajeno. No desaprovecha las ocasiones para hablar del PP, al que adjudica sus continuas imprecaciones, no importa el tamaño de la necedad que diga. Él es quien sabe interpretar lo que el oponente significa, y lo suelta con descaro. No se le pida que enuncie una idea sobre lo que él mismo propone. Eso es el "pepiñismo". Poco más que una dialéctica de párvulos y unos trajes y corbatas impecables, tal vez buscando la autoridad del porte, extraviada para siempre la del intelecto.
Recordaba el chiste del pez porque el problema político que supone Blanco no es él mismo, sino la gente a la que acaba dominando. Esa sí es la más relevante categoría que le caracteriza. Decir que Blanco es un personaje muy limitado en sus capacidades no es propalar ninguna injuria. Lo notable es, por ejemplo, que algunos periodistas lleven años comprándole su mercancía tan imperfecta, en una suerte de sumisión bien poco presentable. O que su propia organización, el PSOE, sepa distribuir y usar con excelente capilaridad cualquiera de sus invectivas, por más que resulten tan próximas a la majadería. Y no menos característico de este peculiar fenómeno de la telepatía del pez de acuario es cómo algunos alardean de la cercanía e incluso la amistad del de Lugo. Y como son capaces de, además, confiar a ese colegueo la resolución de algunos asuntos, en ocasiones públicos y en ocasiones privados. Navarra lo contempla.
José Blanco ha llegado este fin de semana a Navarra con varios propósitos. Uno, la firma del convenio del AVE, que ha acabado por ser un documento inconcreto y sin validez formal. Si en 2004 el PP hubiera ganado las elecciones, ya estaríamos prestos a usar el nuevo tren desde una nueva estación en Pamplona. A los socialistas lo que hay que agradecerles son cinco años de retraso en el inicio de la obra. Por añadidura, si finalmente se impone la fórmula financiera "rebajas de primavera" que ha enunciado Sanz (esa de ir descontando de la aportación al Estado las cuantías "dentro de dos o tres años"), se acabará por perpetrar toda una esquilmación de las arcas forales durante los próximos tiempos. El negocio para los socialistas es redondo. Se asignarán el éxito del empiece de obra y no habrán aportado un solo chavo por ello. Mientras, el Gobierno de Navarra -que no me cansaré de decir que ya está viviendo a crédito- verá constreñida aun más su capacidad de actuar en otras áreas. Es el típico negocio que el paisano cree que le ha salido bien, pero que sólo reporta ganancias al forastero.
Otra de las aportaciones de Blanco en su visita ha sido justificar la nueva ley del aborto. El argumento utilizado es propio del personaje, de tan tosco. Si una niña de 16 años es libre para embarazarse, también debe serlo para desembarazarse. Blanco se dice creyente católico. Viene a Navarra a hacerse una foto con Sanz, y restriega el asunto sin que nadie le tosa. Tampoco nadie osaría interrogarle sobre otro de las aspectos que la ley que él mismo aprobó en un Consejo de Ministros dos días antes va a suponer para nosotros: la obligatoriedad de que se hagan los abortos en nuestra red pública sanitaria, o que en su defecto alguien tenga la vista comercial para montar un negocio abortero al lado del hospital. No consta que nadie del Gobierno de Navarra haya planteado objeción al respecto. Mucho menos que le hayan anunciado un posible recurso de inconstitucionalidad si acaban perpetrando la atrocidad. Lo importante es que Blanco nos firme el papel ese de marras, y podamos dejar de poner cara de tontos. Cualquier nota de prensa de los regionalistas sobre la materia del aborto se emite a beneficio de inventario. No les escucharemos decir "hasta aquí hemos llegado".
La aportación postrera de Blanco en su visita es negarse a descartar que el PSN se pueda entender con el nacionalismo vasco para montar un futuro gobierno en la Comunidad Foral. Esto no es nada nuevo. Harán lo que les interese, como es lógico. Si actuaran con principios estarían contraviniendo la motivación principal y seguramente única de su acción política: el mero acceso al poder, a costa de lo que sea. No pactaron con Na-Bai por notoria conveniencia de cara a las elecciones generales. Y por eso el bandazo puede llegar en cualquier momento. No se les pida compromisos, que aunque los dieran carecerían de valor. El "pepiñismo" los hace inviables. José Blanco es el más claro exponente de la política que nos toca vivir.