Siempre es grave que el presidente de un gobierno democrático engañe reiteradamente a los ciudadanos, pero que lo haga sobre un tema tan sensible como la lucha antiterrorista, además de hiriente y doloroso, es de todo punto inaceptable. Siempre es grave, muy grave, que un presidente de gobierno decida embarcarse en una concienzuda estrategia de mentiras y falsas expectativas, pero resulta de un cinismo difícilmente superable que además lo haga presumiendo hasta la náusea de pureza democrática, al tiempo que arroja toda clase de infundios y descalificaciones contra quienes, con buenas razones, le critican por ello. Siempre es grave, cómo no va serlo, que un presidente de gobierno afirme hoy con desparpajo lo que ayer negó con vehemencia, pero que se permita hacerlo en nombre de la ética y la responsabilidad supone un insulto en toda regla a la inteligencia y a la buena voluntad democrática de sus conciudadanos.
El señor Rodríguez Zapatero, a la sazón presidente del Gobierno, ha mentido y engañado durante cuatro años a todos los españoles, y lo ha hecho además en el asunto en el que debería haber invertido un esfuerzo especial de honradez y sinceridad: la lucha contra la banda terrorista ETA. Desde hace tiempo lo venimos denunciando desde el Partido Popular y por ello hemos sido objeto de una atroz campaña de barbaridades y excesos verbales orquestados por el señor Zapatero y su Gobierno. Ahora, sin embargo, ha quedado meridianamente demostrado que lo que decíamos era la verdad, porque el propio Zapatero ha admitido sin sonrojarse que mintió a los españoles antes, durante y después de la falsa tregua de ETA.
Dijimos, tras el brutal atentado que segó la vida de dos personas inocentes en la T-4 de Barajas, que la deriva de medias verdades y enormes embustes seguida hasta entonces por el señor Zapatero nos daba sobrados motivos para dudar de que diera inequívocamente por zanjados los contactos con ETA. Lo dijimos y las hemerotecas y los diarios de sesiones son testigos de todo lo que por ello tuvimos que escuchar del señor Zapatero. Basta sólo con recordar el debate celebrado en el Congreso de los Diputados el 15 de enero de 2007, apenas quince días después de la bomba de la T-4, y toda la andanada de improperios vertida aquel día por Rodríguez Zapatero contra Mariano Rajoy: «Imprudente», «hipócrita», «falto de credibilidad», «sin idea de política antiterrorista», «injusto», «intolerable», «bochornoso», «indigno»... Fue ésa también la ocasión en que el presidente del Gobierno proclamó con toda solemnidad que «el criminal atentado del 30 de diciembre supone el mantenimiento de la violencia, que es radicalmente incompatible por principio con el diálogo». Y más aún: «Quiero afirmar ante Sus Señorías que nunca habrá diálogo con violencia, ni con intentos de perpetuar la violencia; nunca, nunca». Ahora, sin embargo, es el mismo Zapatero quien se contradice y reconoce -por dos veces, en los últimos días-, no sabemos si por obra de la desmemoria o de la arrogancia, que engañó a todo el mundo porque, en realidad sí, mantuvo los contactos con ETA incluso después del atentado de Barajas. Hasta para un relativista tan amigo de los «conceptos discutibles» como el señor Zapatero, la conclusión es evidente: España, hoy, tiene un presidente de Gobierno capaz de mentir descarada y reiteradamente durante más de un año, y de hacerlo, además, en el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía popular. ¿A quién le corresponde entonces la hipocresía, la imprudencia, el bochorno o la indignidad?
Si de enorme gravedad es el engaño del señor Zapatero, si repugnante es el hecho que oculta, aún es menos de recibo que se escude tras el pretexto de que lo hizo por evitar que hubiera más víctimas. Me abstengo de emitir un juicio de valor, aunque no puedo dejar de recordar una frase lapidaria que figura en el Diario de Sesiones del Senado de la recién concluida legislatura: «El rubor moral y el mayor respeto a las víctimas nos aconsejan que no usemos su nombre en la contienda política, porque es indecente». Autor: José Luis Rodríguez Zapatero.
Una gran mentira, qué duda cabe, pero no una mentira aislada, sino el corolario de todo el montaje de engaño masivo puesto en juego por el señor Zapatero a cuenta de su tramposo proceso de negociación con ETA, un proceso en el que, como en la cita de Terencio, «una mentira ha ido pisándole los talones a otra». Porque es obvio que Zapatero nunca supo cómo llevar a la práctica su famoso «proceso de paz», pero siempre tuvo claro que debía ponerlo en marcha a toda costa, porque sí, porque él era distinto, porque su Gobierno no podía ser como el de Aznar, tan empeñado en acabar definitivamente con ETA con todos los instrumentos del Estado de Derecho, y desde la unidad de los demócratas y el respeto por las víctimas. Por lo visto, para el señor Zapatero eso eran cosas del pasado. Él era el llamado a pilotar ese tiempo nuevo «en el que estamos cerca de la paz», en el que «tenemos una de las mejores oportunidades de la Historia para avanzar en el fin de la violencia» y para el que estaba dispuesto a «arriesgar lo que tengamos que arriesgar», aunque fuera la vigencia del Pacto Antiterrorista. ¿Cuántas veces no habremos oído estas o parecidas expresiones de boca del señor Zapatero? Porque se trataba de macerar lentamente a la opinión pública manipulando sus buenos deseos de paz, se trataba de crear un estado de ánimo social que fuera receptivo a lo que ya estaba fraguándose en la sombra, pero que el señor Zapatero siempre negaba «radicalmente» con indignación y calificaba como «insidias» del Partido Popular: que ya andaba en tratos con ETA desde mucho antes de engañar a todo el mundo con la resolución del Congreso de junio de 2005, autorizándole a dialogar con la banda terrorista si ésta daba «muestras inequívocas» de abandonar la violencia. Doble engaño, porque -como ha sido publicado por distintos medios, incluidos los más afines al Gobierno, y nunca desmentido por éste- los contactos apadrinados por Zapatero venían de bastante tiempo atrás; y porque ETA nunca dio ninguna «muestra inequívoca» de dejar las armas, ni antes ni tras su declaración de tregua, y ni siquiera después de que el señor Zapatero anunciara en los pasillos del Congreso el inicio oficial de las negociaciones mezclando en un intragable pandemónium el fin de la violencia con el logro de un «gran acuerdo político de convivencia» en el País Vasco.
Porque ésa ha sido, además, otra de las grandes patrañas de Zapatero: negar que consintió que de lo que más se hablara con ETA y Batasuna durante las negociaciones, fuera de política. Sin embargo, ¿quién puede olvidar aquello tan machaconamente repetido de «primero la paz, después la política»? ¿O aquello otro de «no se pagará precio político por la violencia, pero la política sí puede ayudar al fin de la violencia»? ¿Alguien pensaba que no es posible acuñar una expresión más cínicamente ambigua que ésta? Pues se equivoca, porque ha sido el propio Zapatero quien se ha superado a sí mismo cuando ahora acuña el sofisma antológico de que no pasanada por hablar de política con ETA, mientras no se le hagan concesiones. ¡Menos mal! Sin embargo, lo que ahora queda meridianamente demostrado es que el señor Zapatero no ve ningún problema en concederles a los terroristas precisamente aquello que más interesados están siempre en arrancarle a un Estado de Derecho, mediante el chantaje de la violencia: el status de interlocutor político. Es más, el señor Zapatero admite con toda alegría que ya lo ha hecho. Así que nadie lo dude: volverá a hacerlo si tiene ocasión.
Los españoles ya saben a qué atenerse con el señor Zapatero. Saben que no es de fiar. Saben que la mentira le acompaña siempre como una sombra pegada a sus talones. Y saben que, cuando ahora se enfunda en una piel de cordero para pedirles que le renueven su confianza, en realidad lo que busca es una licencia para poder seguir mintiendo. La alternativa no puede ser más clara: o Zapatero o la verdad.