En los últimos 40 años, los españoles hemos protagonizado una etapa excepcional de nuestra historia. La Constitución de 1978 encauzó el deseo de libertad y de igualdad entre los españoles y expresó una sincera voluntad de reconciliación. Compartimos con la inmensa mayoría de los españoles la convicción de que la Constitución y el desarrollo de nuestro actual marco de convivencia es un motivo de orgullo común, algo que todos los democrátas, sea cual sea nuestra adscripción partidista, podemos exhibir como parte de nuestro patrimonio cívico más valioso. Somos, orgullosamente, españoles de la Transición y de la Constitución, y debemos honrar siempre y especialmente a quienes han perdido la vida en su defensa.
El Partido Popular cumple ahora 30 años desde su refundación, en enero de 1989, bajo la presidencia de nuestro fundador Manuel Fraga. En estas tres décadas de historias ha contruibuido decisivamente al progreso de España, especialmente en sus dos periodos de Gobierno, con José María Aznar y Mariano Rajoy al frente. Han sido los equipos del Partido Popular los que han removido obstáculos y abierto cauces para que cada uno de los españoles pudiera salir adelante con su propio esfuerzo, y llegar tan lejos como su talento le permita. Basta una mirada a cualquier indicador para comprobar que los gobiernos del PP han cumplido con su misión de continuar y mejorar la historia de España.
Sin embargo, esto no significa que nuestra vida pública deba permanecer al margen de toda reflexión crítica. Porque también compartimos con los españoles una profunda preocupación por el deterioro político que sufrimos. El aprecio por nuestro sistema demanda que nos sintamos personalmente convocados a la tarea de reparar todo aquello que el tiempo o el mal gobierno han podido dañar, abordar los cambios que la sociedad española necesita en su política. Con prudencia, manteniendo el espíritu de concordia, rechazando el extremismo y la polarización, pero con el propósito firme de mejorar todo lo que se debe mejorar.
En nuestros éxitos han desempeñado un papel muy importante los partidos políticos. Han vertebrado la cultura política y han ido formando la voluntad democrática que finalmente se ha plasmado en la aprobación de nuestras leyes y en la elección de nuestros gobiernos. Han conectado a los electores con sus instituciones, han abierto la política a la participación y han hecho posible la movilización social. La quiebra del bipartidismo debe ser motivo de reflexión. Esta transformación ha hecho de la vida pública algo mucho más complejo y difícil, que desafía la capacidad de los partidos, de todos, para contribuir al buen gobierno, a la convivencia y el progreso.
Los españoles no están encontrando en ninguno de sus partidos políticos, de siempre o de ahora, una oferta política alrededor de la cual construir un proyecto suficientemente mayoritario, una agenda nacional capaz de sumar las legítimas aspiraciones de una mayoría amplia, integradora y cohesiva. La fractura y la polarización, las divisiones, la falta de experiencias de vida compartidas, y también acontecimientos que desbordan claramente nuestras fronteras, están llevan a nuestro país a un proceso inverso al que protagonizamos durante nuestra Transición, un proceso que es necesario detener y revertir.
Afortunadamente, conservamos nuestra memoria de la importancia de los pactos y de la búsqueda de consensos, y eso nos va a ayudar a atravesar esta estapa de fragmentación. Pero no es razonable someter a nuestro sistema durante más tiempo al estrés institucional que padece desde hace ya demasiados años. Una cosa es que nos ejercitemos en el pacto cuando las fracturas se producen y otra que ignoremos que éstas son el síntoma de procesos degenerativos que de seguir profundizándose pueden hacer imposible el gobierno y conducirnos al colapso institucional.
Todos debemos actuar de manera que no se exacerben los procesos disolventes, las derivas destructivas del país. En ningún caso remunerando la ilegalidad o la deslealtad, ni efectiva ni simbólicamente. Es especialmente necesario evitar, en toda circunstancia, abonar la idea de que las normas y las instituciones constituyen el obstáculo pendiente de remover para hacer posible la convivencia. Sin normas y sin instituciones la convivencia es imposible. Cualquier diálogo, del tipo que sea y entre quien sea, debe tener siempre en la afirmación categórica de la ley su condición previa irrenunciable. La libertad y todas sus garantías legales deben ir siempre antes de cualquier diálogo, porque en caso contrario se pierde el principio mismo de nuestra civilización política.
Sobre esa base debemos actuar para crear alianzas positivas, alianzas constructivas capaces de vincular a cuantos más, mejor. Debemos poner fin a las coaliciones de electores vinculados por rechazos, fobias y desafectos previamente espoleados, alianzas negativas, mucho más que vinculados por agendas constructivas, afectos y objetivos comunes previamente cultivados.
Hoy es necesario comenzar a mirar hacia el futuro, y hacerlo para convocar a todos a ser protagonistas de él. Sin perder de vista lo que ocurre ni por qué, pero volcándose en proponer a los españoles un nuevo camino para un futuro bien distinto del que nos espera si no comenzamos a trabajar juntos, unidos alrededor de un objetivo común al que una gran mayoría quiera prestar su apoyo convencido e ilusionado de manera sostenida.
La tarea ahora es la de crear una gran corriente de opinión nacional dispuesta a encarar con decisión, y a resolver con claridad, los dilemas a los que nuevamente se le ha obligado a enfrentarse. Es indispensable activar políticamente a una mayoría social que de nuevo resuelva el dilema reforma o ruptura a favor de la reforma, el dilema concordia o enfrentamiento civil a favor de la concordia, el dilema igualdad en la ley o privilegio a favor de la igualdad.
Para que esto ocurra, la palabra alrededor de la cual es necesario convocar de nuevo a la sociedad española es la palabra libertad. Ella fue la que nos unió en 1978 y ella es la que debe unirnos de nuevo cuarenta años después. Porque los dilemas mencionados se resumen finalmente en uno solo, el que obliga a elegir entre libertad o servidumbre, al que de nuevo nos han abocado los viejos creadores de servidumbres: populismos, radicalismos y nacionalismos. Y debemos resolverlo, con absoluta claridad, a favor de la libertad. Debemos reforzar nuestra unidad nacional alrededor de nuestra libertad, hacer de ella nuestro vínculo más fuerte, y comprender que la ley es el precio de la libertad y que la libertad es el premio de la ley.
Con la mirada orgullosa sobre nuestro pasado, sobre nuestra decisiva contribución al progreso de España, pero también conscientes de los errores, debemos convocar de nuevo a los españoles a tomar parte en un proceso destinado a fortalecer la libertad de todos, el progreso y la igualdad responsable y efectiva, y a hacer de ese fortalecimiento la base de un nuevo momento de reafirmación nacional. Actualmente, el voto de los españoles es un voto por descarte, y debe volver a ser un voto por convicción, asertivo, ilusionado, no defensivo ni resignado.
Sufrimos algunos problemas institucionales, pero nuestros problemas políticos esenciales no son la consecuencia de un marco político defectuoso. Derivan del bajo rendimiento de actores políticos concretos, aunque algunos hayan pretendido que sus equivocaciones lo fueran de todos, del sistema político mismo, transformando sus responsabilidades en supuestos problemas de Estado pendientes. Es preciso evitar, a izquierda y a derecha, debates o agendas que cuestionen la esencia misma del sistema político, variantes del rupturismo que afortunadamente supimos sortear.
La convocatoria abierta que debemos ofrecer a los españoles como reencuentro en la libertad, incluye el objetivo de reforzar nuestro proyecto político, abriéndolo de par en par a una sociedad a la que es necesario escuchar para obtener su confianza y de ese modo guiarla en los próximos años. Haciendo popular a nuestro partido, ampliando nuestra base electoral, podremos gobernar con amplias mayorías sociales.
Debemos escucharlos y debemos explicarnos. Debemos explicar que hay un sentido de la justicia iluminado por la libertad que nos beneficia a todos; un sentido de la igualdad protegido por la libertad que nos conviene a todos; un modelo de bienestar garantizado por la libertad que nos favorece a todos. Debemos mostrar que el futuro de nuestro irrenunciable Estado social y democrático de derecho que enuncia el artículo 1.1 de nuestra Constitución, será mucho mejor para todos si renovamos juntos el compromiso con la libertad que le dio origen.
Es conveniente explicar que aspiramos, modestamente, a impulsar la restitución de vínculos afectivos, económicos, culturales y políticos entre españoles. A recordar el carácter instrumental del Estado y de las políticas, porque el bienestar se predica de las personas, no del Estado. Y se predica de todos, para todos.
No debemos utilizar ni el lenguaje ni los recursos en la antipolítica, porque creemos en la política como actividad esencial de la vida de un país, una actividad compleja cuyo objetivo prioritario debe ser la convivencia ordenada y con progreso, que no se puede desarrollar sin conocimiento y sin competencia profesional. No se puede sustituir esto por la sentimentalización o la propaganda.
Sin un claro sentido de comunidad no es posible una comunicación eficaz de los mensajes políticos, y en su lugar aparecen la demagogia y lo panfletario. Nuestra comunidad de referencia es España, una España europea y activamente europeísta, y una España autonómica y activamente autonomista, con memoria y con sentido crítico de su propia historia, que aprecia sus éxitos y que tiene presentes sus errores.
De nuestros estatutos se deriva claramente que somos un partido de centro-derecha. Ese espacio político debe ser reivindicado y revitalizado. Nadie más tiene ni la capacidad ni la voluntad de realizar esa tarea, que es compleja. No debemos aspirar sólo a obtener poder político, sino también a contribuir al fortalecimiento de un espacio social y cultural esencial para el futuro de nuestro país y de Europa, una sociedad civil fuerte que haga posible una corriente política de abajo arriba y que encuentre en nuestro partido su mejor representación política. Queremos favorecer y liderar un auténtico debate de ideas de largo alcance.
Somos deudores de la tradición liberal-conservadora, reformista y moderada, que ha demostrado ser el mejor camino hacia el progreso de las sociedades. No queremos romper sino reformar para reafirmar. Estamos alejados de propuestas y actitudes abruptas, destinadas a quebrar imprudentemente la continuidad política de la democracia de 1978, y de aquellas que quieren para Europa saltos en el vacío alejados de los principios que expresan la mejor tradición de la Unión.
Creemos que las instituciones políticas occidentales son depósito y vehículo de una civilización de la que forma parte esencial la tradición del humanismo cristiano, y que esta sigue constituyendo una referencia no única, pero sí central e insustituible, para comprende y para abordar los problemas que nos afectan, sin que esto signifique en absoluto comprometer la neutralidad religiosa que el poder público debe observar.
Por todas estas razones, España necesita hoy una agenda reformista inclusiva; un reformismo que evite y se oponga a las tentaciones de rupturismo y de disolución, también de parálisis o incluso involución, un reformismo de alta energía, deseable y beneficioso para una mayoría amplia de españoles en un tiempo breve, guiado por los fundamentos políticos del centro-derecha que representamos. Es necesario ofrecer un cauce a quienes se sientan reconocidos en este nuevo proyecto político, para que tengan la oportunidad de comenzar a participar en él. Por eso llamamos a todos a tomar parte en esta tarea destinada a desencadenar un proceso de recuperación cívica y política fundamental para el futuro de nuestro país.
Es hora de comenzar.
Declaración política del Presidente del Partido Popular, Pablo Casado
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Declaración política del Presidente del Partido Popular, Pablo Casado