No sólo no están respetando el principio democrático de respeto a la lista más votada, que tanto han reclamado los socialistas para sí en el caso de Andalucía, sino que se han lanzado a una carrera desenfrenada de acuerdos con partidos radicales y extremistas sin más objetivo que impedir el gobierno de los candidatos del Partido Popular.
El PSOE, que hace tiempo fue la formación política alternativa al Partido Popular, hoy se presenta ante los ciudadanos como una triste sombra de sí mismo: dispuesto a ceder el gobierno a cualquier grupo radical, extremista, populista o independentista , con el único fin de impedir el gobierno de la lista más votada si ésta es del PP.
Esta práctica, que puede ser legal pero es mezquina y cortoplacista, ha llegado a límites de auténtico desprecio a la voluntad popular cuando estos acuerdos de perdedores impiden la gobernación de candidaturas que han llegado a superar el 40% del apoyo popular, como es el caso de Marbella o Almería.
En otros casos, el sectarismo socialista va a dar la alcaldía a grupos independentistas como es el caso de Badalona, frente a la candidatura del PP que dobló en votos y concejales a la segunda fuerza en la ciudad.
Mas indigno aún es que los socialistas hayan decidido sumar sus cuatro concejales a los de Bildu y el PNV para arrebatar al Partido Popular la alcaldía de Vitoria, después de que el candidato popular, Javier Maroto, haya sacado una diferencia de más de 10 puntos respecto a los proetarras de Bildu.
Con esta decisión, el secretario general socialista, Pedro Sánchez, se desautoriza a sí mismo como líder de un partido nacional. Hace semanas dijo que no pactaría ni con PP ni con Bildu, una declaración de intenciones que ya resultó indigna de un dirigente político democrático; hoy vemos que sus hechos han resultado ser aún peores: ha preferido pactar con Bildu si es para excluir al Partido Popular.
Sánchez tiene que explicar a todos los españoles que pacta con Bildu para echar al PP. Muchos socialistas se sentirán ofendidos por la decisión de su secretario general y por su sectarismo, que no tiene límite.